En la puerta de la finca Güell, en la avenida de la Victoria, hay una reja labrada en hierro de forja que representa un gigantesco dragón de más de cinco metros de envergadura. 
Tiene grandes alas de murciélago, el cuerpo cubierto de escamas: las fauces abierta mostrando una ondulada lengua y agudos dientes de hierro.
  
Su cola se reduce en espiral, lleva adheridas bolas metálicas dotadas de afilados pinchos y termina con la forma de una antigua pica guerrera. La parte baja de la composición es un campo de rosas impresas sobre planchas de hierro sostenidas por perfiles angulares. La puerta gira sobre un eje lateral formado por una recia barra que viene sujeta a un alto pilar de fábrica de ladrillo coronado por una esculturada pieza de piedra artificial que muestra sendos naranjos en sus cuatro caras y tiene encima otro de estos árboles, con la ramas llenas de hojas y frutos, hechas de antimonio. 
Esta magistral pieza de la forja catalana fue proyectada por Antonio Gaudí en 1885, por encargo de don Eusebio Güell Bacigalupi y construida en los talleres de Vallet y Píquer en la barcelonesa calle de Launa. Gaudí,  dotado  de  exhuberante imaginación, determinó siempre las formas de sus composiciones basándolas en símbolos, paganos o cristianos, y nada queda suelto o caprichoso en ninguno de sus proyectos.
 
Siendo así el dragón de Pedralbes debía forzosamente estar basado en alguna circunstancia concreta y sus formas tendrán que ser fruto de algo muy estudiado. 
Descartada  la hipótesis de un dragón de San Jorge, dado que en la leyenda del caballero de Capadocia, la doncella y el monstruo, pueden suprimirse los dos últimos personajes pero no el primero, hubo que empezar a rastrear en la mitología en busca de algún dragón, de los muchos en liza, que pudiera adaptarse a la puerta de la finca Güell. 
Precisamente cuando Gaudí imaginó tan excelente escultura hacía poco más de siete años que su amigo Jacinto Verdaguer había dedicado su épica «Atlántica» al suegro de don Eusebio, don Antonio López:
 
Muntat de tros navilís en isepeoa 
benerda 
busqul de les Hespérides, lo taronger 
en flor; 
mes  és la despulles 
de l'ona que ha tants segles se n'és 
ensenvorida 
¡ sois puc oferir-te, si er plauen, eixes 
fulles 
de l'arbre del fruit d'or. 
 
Estos versos son la clave para descifrar el misterio del dragón de Pedralbes, pues Gaudí no sólo conocía el poema de Verdaguer, sino que 
le pidió datos a mossén Cinto sobre Santa Eulalia puesto que creía que durante su viaje de Sarrià a Barcelona la santa atravesó los terrenos que fueron luego de Güell.
 
Por tanto el dragón de marras  es    Ladon que, juntamente    con   las    tres    Hespérides: Eglé. Aretusa e Hiperetusa, guardaba el jardín de  las manzanas de oro, léase naranjas, que se hallaba en el occidente de Europa. 
En el undécimo de sus penosos    trabajos    de Hércules,    Hérakles    o    Alcides, 
¿Conoce la leyenda? Haga click aquí
 
que de las tres maneras puede llamarse al héroe griego, después de matar al águila que devoraba el higado de Prometeo, y de terminar con Kiknos y Ematión y de engañar a Atlas, llegó al jardín de las Hespérides y robó las naranjas de oro que entregó a Euristeus, pasando luego  a manos de Atena para volver al celeste jardín. 
Los naranjos que hechos de piedra artificial o de antimonio, adornan la puerta del jardín de Güell demuestran que el dragón que está junto a ellos es el que Hércules venció antes de llevarse los dorados frutos, pero el hecho viene confirmado por otras circunstancias. En castigo por haberse dejado sustraer los preciados frutos, Ladon fue convertido en constelación celeste, de la Serpiente o del Dragón, en la que las estrellas dibujan una forma muy parecida al cuerpo metálico de Ladon de Pedralbes. 
 Las tres Hespérides Eglé, la brillante; Aretúsa, e Hiperetósa  fueron convertidas en árboles, un olmo, un álamo y un sauce, especies vegetales que figuran en el jardín de la finca Güell. 
Así pues la antigua leyenda descrita por Apolodoro de Rodas, Hesíodo y Diodoro Sículo, puestos en sonoros versos catalanes por Verdaguer, fue plasmada por Gaudí en arquitectura simbólica en honor de las aficiones de don Eúsebio Guell.

El simbolismo imaginado por el gran arquitecto ha sido nuevamente desvelado y aquel fabuloso jardín, que, algunos autores situáron en Libia, otros al pie del Atlas, o en los paises Hiperbóreos, o en las Islas Afortunadas, ha quedado definitivamente fija-do en el antiguo término de Sarriá al pie del Monasterio de Pedralbes por voluntad de un erudito mecenas, Güell .
Tres nombres que bien merecen la compañía de las hermosas  Hespérides, la celosa guardia de metálico dragón, y el sabor exquisito de las doradas naranjas apetecidas por Euristeo y robadas por Hércules después de haber sido regaladas Por la diosa Tierra a Zeus y a Hera co motivo de sus olímpicas bodas. 





Hesíodo (poeta griego del s. VIII a.C.)  escribe sobre el legendario Jardín de las Hespérides. Comenzaba su historia con Atlas. Atlas era un gigante, hijo del Titán Japeto. Los titanes fueron vencidos por Zeus, rey de los dioses, que los arrojó al Tártaro -el infierno. Atlas había participado en la lucha junto a su padre, y según unos, Zeus lo condenó a sostener la bóveda celeste sobre sus hombros.
Según otros, Perseo le enseñó la cabeza de la Medusa y lo convirtió en una alta montaña
que sostuviera el cielo. Sea lo que fuere, Atlas debía sostener el cielo más allá de las
Columnas de Hércules -el estrecho de Gibraltar.

Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra
más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso
terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles producían manzanas de oro. La
diosa Gea (la Madre Tierra) había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para
los reyes de los dioses, Zeus y Hera.
 
 
Las Hespérides cultivaban el Jardín, pero 
éste era custodiado por Ladon, un fiero 
dragón que arrojaba fuego por sus cien 
cabezas. 
Hércules, también llamado Heracles, el 
héroe más grande de la Antigüedad, recibió 
la misión de realizar doce tareas 
consideradas muy difíciles o imposibles, los 
"Doce trabajos de Hércules". El trabajo número once consistió en robar las manzanas de 
oro del Jardín de las Hespérides. 
 

Hércules encontró a Atlas sosteniendo el cielo al borde del Océano, en las montañas que
hoy llamamos el Atlas (Marruecos). Puesto que el dragón del Jardín de las Hespérides
conocía a Atlas, Hércules lo convenció para quedarse él en su lugar sosteniendo el cielo,
mientras el gigante iba a las islas y robaba las manzanas. Atlas fue al Jardín, en el que
pudo entrar ya que el dragón lo reconoció; mató al monstruo, robó las manzanas de oro, y
regresó donde estaba Hércules. Atlas, cansado de sostener el cielo, pretendió dejar a
Hércules en esa posición, pero el héroe logró engañarle, pasarle la carga de nuevo, y huir
con las manzanas.

¿Y el Jardín de las Hespérides? ¿Acaso se quedó el Paraíso sin sus manzanas de oro? No.
Las manzanas regresaron a las islas, pues fueron entregadas a la diosa Atenea... que las
devolvió al Jardín y a sus jardineras, las Hespérides.

  En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por  Atlas... sigue vivo en sus hijos los árboles llamados  dragos. Según la leyenda, la sangre que manaba de las heridas mortales del dragón cayó sobre el Jardín  de las Hespérides, y de cada gota creció un drago.  Estos árboles, "dracaena drago", llamados "árbol dragón", tienen un grueso tronco del cual surge de pronto un racimo de ramas retorcidas que parecen las cien cabezas de Ladon. Cuando se rompe la
corteza, brota una savia de color rojo oscuro llamada "sangre de drago" que tiene
propiedades medicinales. Los dragos crecen lentamente, pero pueden vivir varios siglos, y
hay algúu ejemplar, como el de Icod de los Vinos (Tenerife) al que se llama milenario. Los
Guanches, aborígenes canarios, veneraban a los dragos como lugares de especial poder y
significación. Algunas supersticiones y ritos populares canarios siguen teniendo hoy como
centro un drago creciendo solitario al borde de un risco o acantilado.


Volver a la historia del Dragón